Hoy conocí al presidente de unas tierras lejanas. Cuando lo vi no podía creerlo, era él, estaba ahí sentado a unos metros de mí. Estaba solo, no tenía ningún tipo de seguridad a su alrededor, hablo enserio, uno podía ir y hablarle o preguntarle cualquier cosa. Habría podido hacerle una entrevista en ese mismo instante que nadie me diría nada, ni me lo impediría. Él estaba ahí, tan solo como cualquiera de nosotros.
Yo lo miraba sin poder concebir la idea de que un presidente estuviera tan desprotegido, tan descuidado, tan a la buena del mundo. La cuestión es que, aunque yo lo vi, la gente no parecía reconocerlo ahí sentado.
Me lo crucé en la estación de tren de tu barrio, la misma por la que alguna vez pasaste. Yo había ido para ocuparme de unos asuntos míos y sin pensar que me lo cruzaría justo en ese lugar. Realmente, fue algo increíble. Pero cuando lo empecé a mirar con más detenimiento, algo se me vino a la mente: ya lo había visto en alguna parte, tal vez ahí mismo incluso. Y pensé “¿Podría ser que me haya cruzado tantas veces con el presidente de una tierras lejanas y nunca me di cuenta?”. Curioso, ¿no? Incluso extraño, por supuesto. Luego de mirarlo por un buen rato concluí que sí, indudablemente ya lo había visto un par de veces en esa misma estación de tren, pero no me había percatado de que era él.
Te vas a preguntar qué fue lo que hice, me parece, si le fui a pedir una foto para las redes sociales o algo por el estilo, pero no. Me acerqué al presidente y le hablé. Él estaba sentado en el suelo y tenía una pequeña botella de gaseosa pero sin gaseosa, la botella contenía algo de vino tinto. No es que lo adiviné, él me lo dijo más adelante. Hacía mucho calor y yo le había ido a comprar —por cortesía— algo de jugo fresco y un sánguche. Él no quiso aceptarlo, se negó rotundamente, al punto de dejar todo tirado ahí en el suelo. Él me dijo: “No, no quiero, estoy tomando vino tinto…”, y me mostraba su botella, “Fui a que me den un poco más y no me quisieron llenar la botella. Yo quería comprarlo pero no me quisieron vender por como estoy vestido…”, me explicaba mientras apuntaba el bar a unos metros de nosotros. El presidente tartamudeaba bastante al hablarme, sería por lo indignante de la situación. Estaba enojado, ¿y cómo no estarlo? La vestimenta no le quita valor al dinero, hasta donde yo sé.
Algo que me llamó la atención de todo esto fue que, apenas yo reconocí al presidente y me acerqué a hablar con él, alguien más se acercó. Nadie lo reconocía hasta el momento, nadie, todos en la concurrida estación de tren pasaban frente a él sin siquiera darse cuenta de quién era, pero ni bien yo lo identifiqué y me atreví a intercambiarle algunas palabras, alguien más se acercó para lo mismo que yo me había acercado. Como si hubiese sido yo el desencadenante en una multitud por la que pasaba desapercibido. Y claro, ¿cómo lo reconocerían con el desafortunado pero convincente disfraz que llevaba puesto? Pero su atuendo no pudo conmigo, no pudo engañarme, yo sabía quién era él, yo le vi su rostro debajo de ese maquillaje obscuro que tenía, yo le vi los ojos y lo supe.
El tiempo se me agotó, yo tenía que seguir con mi día, había muchas cosas por hacer. Le puse mi cortesía —la botella de jugo y el sanguche— junto a él una vez más, por si acaso más tarde le dada sed o hambre. El presidente me dijo “No, no lo quiero, llevátelo… lo voy a tirar”. Yo insistí para que se lo quedara, me despedí rápido y me alejé. Esperaba que le hiciera un buen uso a lo que le había comprado, pero di unos pasos y antes de irme volteé para verlo una vez más y, en efecto, no me había mentido, lo vi arrojar mi cortesía al tarro de la basura. Eso no me enojó para nada, después de todo, él me avisó lo que iba a hacer.
Más tarde ese día hablé con alguien y le conté lo sucedido en la estación de tren. Ese alguien me dijo que vio al presidente tomando un jugo y comiendo un sánguche. Al final, sí bebió y comió lo que le di. Eso fue bueno.
Para terminar, quiero decir que esa noche estuve pensando en algo… y es que… ¿cuántas veces podemos pasar por enfrente de alguien y no verlo? ¿Cuántas veces podemos serle indiferentes a una situación? No sé. Yo conocí al presidente de unas tierras lejanas ese día.
Franco Pou
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