Te mataron ayer y todavía no te diste cuenta. Sí, lo que leíste, ¿no entraste en razón todavía? Sos la víctima en el tiempo de un mundo que busca ir cada vez más rápido. Te vas desmaterializando de a poco en esta Era de la velocidad. Te mataron ayer.
Me parece que es hora de detener el tiempo. Sacale las pilas al reloj y tiralas. ¿Dije reloj? No, perdón, eso ya quedó atrás. No importa, vamos al punto: detengamos el tiempo. Salgamos por unos minutos de ese estado de vigilia que existe siempre entre nuestra mente y la pantalla.
Hay una palabra que está juntando polvo tanto en las bibliotecas como en Internet: Literatura. Es una palabra controversial en esta Era de la velocidad, pero sirve mucho para lograr lo que estamos buscando: por cada libro existe exactamente un método diferente para detener el tiempo. Son una máquina muy simple y eficaz, basta con echarles un ojo y ya comienzan a funcionar.
La gran tragedia —además que te mataron ayer— es que estas máquinas del tiempo han sufrido cambios tan drásticos, tan enormes pero monstruosos que, en vez de detener el tiempo, nos lo hacen perder. No todos los cambios son buenos. Esto es lo que más adelante en la historia será el lado obscuro de la Literatura. La causa de este ultraje a la máquina del tiempo fue la misma que te mató. Pero más allá de explicar esta cuestión concerniente a tu asesinato, voy a explicar mejor lo que tiene que ver con la máquina del tiempo, que sería lo mismo. Sucede que el inicio de todo este asunto tiene que ver con las dosis altamente nocivas de atontamiento que provienen de todas direcciones y que nos inyectan a diario —ya sabrás de dónde provienen esas dosis—. Como resultado de esto, y de la inmediatez y de la vida licuada y convulsionada que llevamos en esta Era de la velocidad y la tecnología, desembocamos en la causa del estropeo de la máquina del tiempo. Me permito, ahora, tomar prestada algo de tu paciencia para explicarme mejor: estamos metidos dentro de un gigantesco círculo vicioso; las dosis de atontamiento inyectadas diariamente provocan el descenso inmediato en la calidad del público que lee esta cuasi-literatura que se nos ofrece (que nos ofrece el negocio editorial), el público ya de poca calidad se ha vuelto poco exigente con la clase de literatura que consume —y con todo en general— y, al final, en conclusión se siguen produciendo máquinas del tiempo falladas, carentes de riqueza en el más completo de los sentidos. La Literatura no está perdida, solo está juntando polvo.
Voy a contarte una historia. Había una vez un pueblo tan pobre, pero tan pobre que aquel que de casualidad tuviera una simple olla para cocinar ya era afortunado y bien visto por todos. Un día, un hombre del pueblo que soñaba con ser “alguien” en esa humildísima comunidad emprendió un viaje para probar suerte. El hombre había decidido seguir un arcoíris. A pie lo siguió por varios años y cuando llegó al final del camino donde mismo terminaba el arcoíris, encontró una enorme olla colmada de monedas de oro. El hombre la miró sin poder creerlo. Lloraba. En la mañana siguiente, luego de dormir como nunca antes y pasar la mejor noche de su vida junto a la riqueza más enorme que puedas concebir, sacó todo el oro de la gran olla, lo dejó a un costado, tomó la olla y se la llevó a su pueblo.
Dejando las metáforas de lado, para ser directo: hay que instruirse —de la forma que sea—, hay que ir a buscar la Literatura y leer a los grandes de ayer, para poder identificar a los grandes de hoy. Para que no nos vengan a vender “Literatura” sacada del basurero. Vayamos a buscar las máquinas del tiempo que están juntando polvo. Al menos, vayan a buscarlas los que puedan… vos no, porque te mataron ayer.
Franco Pou
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